IMPRESIONES PRIMERAS Y RESÚMENES DE UN VERANO LECTOR


– Desorden en las prioridades y en los deseos. Pido a Salto de Página y a Tropo, pero, obviamente, por Internet no es lo mismo que en la tienda. La cosa tarda, así que me satisfago en una escapada, donde encuentro dos de Páginas de Espuma: la única editorial que sabes que vas a encontrar en casi cualquier librería. Me hago con El menor espectáculo del mundo, de Félix J. Palma y Azul ruso, de Patricia Esteban Erlés.
– Ambos libros me hacen preguntarme cuestiones parecidas, sin que signifiquen que no valore (en algunos casos muy bien) algunos de sus relatos. Una es si los narradores en primera persona aceptan cualquier lenguaje o vocabulario. Si, al cabo, es suficiente con que se incluyan, aquí y allá, giros hacia el habla «vulgar» para hacerlos creíbles. Me pregunto si los caminos poéticos no hacen que, al final, todos los narradores en primera persona se parezcan un poco demasiado. Pero, al mismo tiempo, yo creo en que no hace falta resultar banal, y que se puede tener voz propia. Si me oyera Jordá, estaría orgulloso. ¿Acabaré tachando adjetivos? ¿O es algo más profundo?
– Llegan los libros de Salto de Página. Muchos. Demasiados, me digo de pronto. O tal vez es lo que pienso cuando avanzo en el de Jon Bilbao. Porque cuesta. Y aquí que vamos con la pregunta recurrente: los blogs que leo lo ponen por las nubes (qué pena que ya no haya críticas más equilibra das como las que había en Masacre, aunque no siempre, claro) y no sé si guiarse por las recomendaciones ayudan o lastran. Como decía otro bloguero sobre las series de televisión. Me gusta El ladrón de lencería, me gusta El hambre en los alrededores del lago, también Rata. Hay algo inquietante aquí. Luego, pienso que tal vez cueste mucho más leer un libro de relatos que una novela. Que se necesita más tiempo, incongruentemente. Y que esto no tiene nada de malo.
– Mientras lucho con el libro de Bilbao, me lanzo a la antología de Muñoz Rengel quién sabe si en busca de algo de aire. Me quedo igual, casi todo el tiempo. Hay grandes relatos, pero me molestan más los errores. Vaya. Resulta que Bilbao inquieta más sin ser fantástico. ¿Pesa demasiado la tradición?
– Entre unos y otros, tomo el de Esther García Llovet. Sorpresa. No es un libro de relatos y sí es un libro de relatos. Pero sobre todo es bueno. Una protagonista que no entendemos, pero al que se nos deja espiar en diversos momentos de su vida. Nada se explica. Todo es inevitable. Extraño. Interesante.
– Diálogo con mi amiga Cristina que me hace pensar en la memoria que tenemos de los que leímos hace tiempo. Me devuelve dos libros prestados y me comenta que le ha decepcionado el de Palma. «Demasiado barroco; no lo recordaba yo tan barroco en El vigilante de la salamandra, ¿y tú?». Buena pregunta. ¿Lo recordaba yo tan barroco? Pues no. Cristina sigue: «Es que ha ganado muchos premios, ¿sabes? Y a lo mejor ese estilo tan literario viene de lo que supone que gusta a un jurado». No comento; no respondo. En verdad, teníamos otras cosas de que hablar. Pero luego recuerdo el desprecio que le tiene Fernando Valls a este autor, y cómo su argumento se parece mucho al de Cristina: aquello del estilo literario. De nuevo, ¿cómo escribir sin tener que recurrir a esa defensa de algunos por el lenguaje vulgar o naturalista?
– Debates interminables, a cara de perro a ratos, con mi hermano, de mudanza y cambios, y de paso a Roma. No nos ponemos de acuerdo, en parte porque yo me pregunto más que me respondo, y él va y hace lo que cree que tiene que hacer. Cortos, en concreto. Cortos que le sirven de prueba y error. Ha llegado al cine sin prejuicios ni herencias. Y, sobre todo, sobre todo, no lee crítica. Leer crítica puede hacerte dudar hasta el infinito.
– Llegan los libros de Tropo; dos meses de retraso. Me lanzo al de Candeira. De veras. Algo me dice que este chico es bueno. No me equivoco. ¿Les ha pasado alguna vez? No muchas, ¿a que no? Pues Candeira no me decepciona. Cuando se muere la nevera transmite una fuerza notable en sus imágenes (ese acantilado donde se tira diversos objetos; esos escarabajos metáfora quién sabe de qué). Aunque el que me desarma es La soledad de los ventrílocuos. Qué tristeza. La Segunda Vida tal vez pudiera ser más corto, aunque igualmente me gusta. Leyendo Insectos me pregunto quién dice que ser fiel al lenguaje de un narrador personaje puede ser «fácil» o «tópico». No siempre, sin duda, como prueba Candeira.
– Me pregunto sobre cómo los argumentos se superponen y se asemejan entre varios autores que leo. No hablo de plagio, claro. Ni de préstamos u homenajes. Hablo de posibles intereses comunes. O de imágenes y narraciones que atrapan en cierto modo de gente de parecida edad. Pienso en la casa de La Segunda Vida y en la casa de Azul ruso; en cómo La Chica del UHF me recuerda un relato de Palma en El Vigilante de la Salamandra; en cuánto preocupan las relaciones hombre-mujer, hasta cuando se mete lo fantástico de por medio.
– Y de eso, lo que extraigo cuando leo a Lara Moreno. Leí menos comentarios gozosos sobre ella, lo cual me da más libertad. Hay de todo; también en extensión. También en una posibles investigación personal. Reconozco que hay relatos que me enervan. Otros, me interesan: esos en los que se habla de relaciones con un enfoque un tanto distinto, con historias que no acaban de empezar o de terminar (Lo que no es blanco, Véra y Octavio). Otros me parecen más clasificables dentro de los cuentos «usuales», aunque eso no signifique que no sean estupendos (Primer Día). Aunque tal vez lo que más me atraigan sean esos que proponen bordear la poesía, como Maneras de estar sediento, o, más equilibrado para mi gusto, mejor, Donde más te duela. Se me ocurre que Bilbao y Moreno están en esto en las antípodas: Bilbao te lo narra casi todo (a ratos es complicado saber qué es lo relevante; a veces te preguntas si no podría haberse acortado) y Moreno nos introduce en las reflexiones y disquisiciones de sus personajes. Curioso: ninguna de las dos opciones se supone que sigue el canon. O sea, ser narrativos y escuetos. Te hace pensar.
 – Me pregunto por qué Patricia Esteban Erlés ha girado tanto desde Manderley en venta hasta Azul ruso.  Me pregunto qué dirán en Tropo con eso de que se le haya ido a Páginas de Espuma, como Candeira, que sacará libro en ésta en breve.
– Sobre De mecánica y alquimia no seré duro, porque ya he visto qué te hace encontrarse halagos por todas partes sobre una obra que a tí te deja indiferente (injusto que se haga con alguien que nunca te va a leer, y, por tanto, nunca tomará represalias; injusto cuando no se hace, claro, con autores de aquí que sí te pueden leer). No están mal estos relatos, aunque son mejores cuando hay más alejamiento de posibles inspiraciones. Yo lo que echo en falta es la inquietud. Y más originalidad, quizá por eso de que sean fantásticos. Muy válidos son Te inventé y me mataste o Pasajero I/I. El sueño del monstruo se me antoja el mejor, porque justamente inquieta un tanto no saber bien qué le sucede a su narrador. Y hablando de narradores, aqui que vamos otra vez. El de Lapis philosophorum me resulta inverosímil, contradictorio en su lenguaje, y, sobre todo, uno al que «se le ven las costuras». Para insistirse en cuán tonto es, no se explica como si lo fuera. ¿O sí? Pero no se fíen de mí, porque, insisto, todo el mundo piensa que son unos relatos geniales. A veces, por razones que se me escapan en su validez, como el supuesto exotismo. En fin, se me debe escapar algo.
– Acaba el verano. Tengo que releer. No quiero ser injusto pero tampoco quiero renegar de lo que pienso. Aún con todo, sigo sin comprender a la crítica bloguera.  O bueno, soy un mal lector, que se equivoca en todo.

FRAGMENTOS INTERESANTES (VI): FÉLIX J. PALMA


«¿Cuanto tiempo puede esperar una niña de dos años y medio en el sitio del que su padre le ha dicho que jamás debe moverse? La imaginé asistiendo inmóvil a la llegada de la noche, y al nacimiento de un nuevo día, y al suceder de las estaciones. La imaginé creciendo en aquellas escaleras, recibiendo la menstruación, enamorándose del mendigo de la plaza, mientras aferraba con fuerza el muñequito de plastilina, lo único que permanecía inalterable, la única prueba que tenía de que todavía era una niña cuyo padre se retrasaba más de lo normal.»

Una palabra tuyaFélix J. Palma. El menor espectáculo del mundo. Páginas de Espuma, 2010.

Perturbaciones: Antología del relato fantástico actual. ¿Cuántos fantásticos hay en España?


Cada día temo confirmarme que la supuesta libertad de la blogoesfera tal vez no acopie opiniones disonantes. Encuentro, por ahora, una única crítica negativa sobre Perturbaciones. Antología del relato fantástico actual. Si la miran bien, verán que el autor tuvo que eliminar todos los comentarios. Al parecer, hubo sangre. Ahora miren aquí; el autor de otra reseña, entre bromas, admite que no quiere pasarse con sus opiniones, no sea que haya de publicar en un futuro mediante fanzines. Es cierto; luego, él mismo se burla un tanto de tal corrección, y, finalmente, algo se moja. Cabe recordar que este crítico es, a la vez, escritor, y de relatos. Y sabe de cómo está el patio.

A todo esto, no. No encuentro que esta antología sea mala. Es sólo que siento que los “pros” parecen “necesitar” un mayor peso que los “contras” en casi todas las reseñas que leo. Entiendo otro posible motivo. El cuento posee poco mercado, y los aficionados y autores tienen justificación por la reacción un tanto apasionada.
Vamos por partes.
La antología pretende un recorrido cronológico. Esto ayuda. Cuenta con un prólogo interesante y hasta divertido del escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel. Esto también ayuda. Ahora bien, a mí se me antoja un tanto idealista, o, si se quiere, ingenuo. Por una parte, se da una defensa de cómo la tradición fantástica existe desde siempre. Hombre, sí, pero no. Como los que destacan la herencia de ciencia ficción en la literatura española, el apasionamiento puede perderte. Existe, sin duda, ese hilo en la historia de nuestros escritores, pero existen muchas menos pruebas de autores dedicados a ello con exclusividad. Y resulta un tanto contraproducente que aquí se nos escamotee un posible escritor que sí ha podido influenciar a otros practicantes del género. Hablo de Hipólito G. Navarro

Además, seamos sinceros: si varios de los autores aquí recogidos usan el género para la broma (metaliteraria o no), no sé yo hasta qué punto se toman en serio lo fantástico, o lo hacen como ejercicio de “hoy voy a escribir un cuento de estos para variar”. ¿Incluirlos no contradice la defensa a ultranza?
Por otra parte, Rengel levanta las exigencias del género fantástico un tanto demasiado, de forma que, luego, uno se decepciona leyendo ciertos relatos. De acuerdo. El fantástico debería hacernos cuestionarnos la realidad, perturbarla, introduciendo esa rareza que lo desestabiliza todo. ¿Pero esta esto en todos y cada uno de los relatos? Yo diría que no, y en esto coincido con esta reseña (es un texto pdf, y dicha reseña está en el página 14). Con aquellos mimbres tan exigentes, uno lo tiene después bastante difícil para admitir cualquier historia. Sobre todo, cuando son homenajes, o bromas metaliterarias (que no metaliteratura en sí) como las del propio Merino, la de Freixas, o la de Jambrina.
No olvido que la antología cuenta, siempre, con un problema no menor precisamente. Otras editoriales deben cederte los derechos. O los propios autores. Si pueden, lean la antología del relato contemporáneo de la editorial Cátedra. Su selección no es representativa, y, a ratos, ni siquiera interesante. Y hablamos de Cátedra. Es decir, los que realizan una antología se enfrentan a que lo que tenga valor se escurra por culpa de intereses de mercado, y se hayan de sustituir por rarezas. Curiosidades, sí, pero que se quedan un poco en los márgenes del mundillo editorial. Si no, no se entiende el relato elegido de José María Merino. Este autor tiene muchos, muchos relatos mejores, más interesantes, y, sobre todo, más afines a lo que define el fantástico; siempre en las mismas palabras del que ha preparado la antología.
De los microrelatos, no hablaré en demasía, porque me sigo preguntando si este género me convence. Pero oigan, seguramente soy yo, y que me pueden mis conservadurismos. Y que me perdone Fernando Valls, que no vean cómo se pone. Para equilibrar, diré que los microrelatos de Iwasaki sorprenden, con alguno que es un puñetazo doloroso y de tristeza (No hay que hablar con extraños). Y que los de Miguel Ángel Zapata son simpáticos, y, alguno, algo aterrador (Intrusión). Los de Juan Pedro Aparicio no estoy seguro de qué son, pero tiendo a opinar que no son fantásticos. Tal vez sean filosóficos y hasta teológicos.
El Juicio Final de Cristina Peri Rossi utiliza el humor, aunque a mí me funciona más en el caso de Félix J. Palma, con su Venco a la Molinera. Cuando tuve la ocasión de leer aquél, su primer libro de relatos, ya me pareció el mejor. Pasa el tiempo, y aún muchos autores lo consideran una especie de obra maestra. No importa si llega a tanto. Es divertido, y esa simple intrusión de un único elemento que desbarata el universo habla de una forma distinta de asumir a Cortázar. Con una cierta distancia, y con menor trascendencia. Y esto suele abundar en Palma, como prueba su último libro de relatos.
Ahora bien, el humor no siempre es compañero de un verdadero cuestionamiento de la realidad.
“Su narrativa, que participa de un singular feminismo sadiano, ahonda en la locura, la muerte, el sadomasoquismo y en lo fantástico siniestro: muertos que retorna a la vida, demonios, encantamientos. No obstante, hemos sido benevolentes, y el relato que hemos seleccionado para ustedes nos ofrece una posibilidad de vida después de la muerte, menos cruenta…”
Esto dice Rengel, del relato de Pilar Pedraza. Entonces, vienen las preguntas: ¿es este relato, pues, significativo de su estilo o sus intereses temáticos, o una excepción? El relato no pasa de lo anecdótico: una historia narrada en primera persona, en la que se crea, así, una voz de personaje no resulta demasiado original. Y si todo el tono es humorístico, ¿dónde está la perturbación? ¿Nos perturbamos si no se perturba, sufre, se cuestiona, se pregunta, actúa o reacciona, un personaje? Al menos, el giro final del relato de Peri Rossi nos abría una posibilidad curiosa.
El relato de Julia Otxoa es de esos que te deja a cuadros, perdonen mi vulgaridad. En vez de narrarse un material literario, se cuenta. Pero se cuenta, casi sin desarrollo, sin atmósfera, sin personajes. O sea, no.
La obsesión de la alimaña de Elia Barceló. Barceló es casi el único referente en el terreno de la ciencia ficción (al menos que yo conozca). Sospecho que habría relatos mejores. Éste se desplaza hacia un contraste entre la vida de un monje de tiempos medievales y la de una chica en el mundo actual. Coincidimos con esta reseña: los diálogos son imposibles. ¿La historia? Tampoco sé si va mucho más allá del humor.
Final absurdo, de Laura Freixas. Leo por ahí que a algún lector le ha llamado la atención. Si se refiere a una supuesta originalidad del planteamiento, mal vamos. Esto es un homenaje a Niebla, de Unamuno. Y punto pelota.
Ahora me pregunto: ¿será que se han incluido relatos que desmerecen el conjunto por esa política “correcta” de que haya mujeres? Porque se me ocurren muchas otras autoras, que algún relato tendrían que ofrecer. Espido Freire y Care Santos, me viene a la cabeza.
Una sorpresa es Otra vez la noche, de Ignacio Martínez de Pisón. Porque parece que en sus comienzos, le atrajo esa deriva fantástica, y porque es bueno. Porque la inquietud va creciendo muy poco a poco, con ese paralelismo nada obvio (tanto, que se podría discutir en un buen debate entre lectores) entre lo que le sucede a su protagonista en sus relaciones (qué rotunda se nos antoja la estupidez de los hombres desde su mirada) y esa apertura al mundo extraño de lo que sucede en su habitación.
Y ya seguiremos analizando otro día.

FICCIÓN Y REALIDAD: Un apunte


Ahora que, en la 1 de TVE, emiten Memorias de una geisha, recuerdo las críticas que se le hicieron, por ese sinsentido de la utilización de actrices chinas para representar personajes japoneses. Hace poco, Tom Cruise, en una entrevista por aquí, por Sevilla, respondía a un periodista: ¿por qué han incluido toros y un encierro en las calles de esta ciudad, para la película Knight and Day? Cruise, riendo, y con esa sonrisa que tanto le funciona, contestaba: «Sólo es una película; no un documental».
Tampoco Guillermo del Toro fue fiel a «la realidad» cuando usó los uniformes equivocados en El laberinto del fauno. ¿Será, pues, la obsesión por la realidad una cuestión patria? 
En España, muchos guiones se juzgan por la labor de documentación del guionista. No me extraña que, así, The Wire produzca esa especie de sentimiento reverencial. Creo que es una forma añadida de que cuantifiquemos «objetivamente» nuestro trabajo. Parece que de este modo es más fácil defender lo que nos paguen, ya que la creatividad o el trabajo con personajes, estructura y trama siguen siendo conceptos abstractos para la mayoría de productores. 
O será la herencia realista. Porque, aunque leo con una sonrisa esa pasión que pone Juan Jacinto Muñoz Rengel sobre la otra tradición literaria española -la fantástica-, y cómo está adquiriendo relevancia, me temo que no deja de ser eso; la hermana pobre. La descastada.  Cierto es que las antologías prueban, cada vez más, que hasta los grandes tentaron los argumentos fantásticos (el propio Galdós). Pero no han tenido una continuación constante. O sea, que hasta el propio término «tradición» quizás sea excesivo. 
¿Félix J. Palma, Ángel Olgoso, Patricia Esteban Erlés, Matías Candeira, Hipólito G. Navarro (todos, qué curioso, cuentistas más que novelistas) prosiguen con la estela de esa tradición, o acuden a otros modelos? ¿Dónde está la herencia del Gonzalo Torrente Ballester «fantástico» o de Juan Perucho? No aparece, me da la sensación. El que escribe ficción fuera del canon realista me temo que aún se sale de la consideración de los críticos. 
Esperemos que estos cuentistas y los posmodernos, con sus excesos incluso, acaben dinamitando esta percepción.

PALABRAS DESCUBIERTAS O REDESCUBIERTAS (IV)


«Hozar»

1. tr. Mover y levantar la tierra con el hocico.

“La coincidencia de que alguien hubiese escrito el amable aviso momentos antes de mi accidente me resultó divertida, has que me dio por pensar que estaba calificando de “casualidad” aquel encadenamiento de hechos implemente porque no podía aceptar que estuviesen relacionados. Una vez en casa, sin embargo, la posibilidad de que existiera parentesco entre ellos empezó a atormentarme. Condenado a languidecer en un butacón del salón, hozando con desgana en la obtusa parrilla televisiva, no encontré mejor remedio contra el redoblado tedio de mis días que darle vueltas al asunto”.
Margabarismos. Félix J. Palma. El menor espectáculo del mundo. Páginas de Espuma, 2010.