THE BOX: EN CIENCIA FICCIÓN, ¿MENOS ES MÁS?


Tras ver The Box, pienso, entre otras cosas, en si es posible un cine de ciencia-ficción sin mezclas. Recuerdo las reflexiones que hacía Carlos Losilla sobre qué definía el género. ¿Son las historias, o son su puesta en escena? Comentaba él, en este libro, que Alien era un buen ejemplo de una posible ambigüedad: naves espaciales, tecnología del futuro, seres alienígenas y hasta un androide. Pero los decorados y la forma de rodar la hacían un film de terror. Su estética era lo que al final delimitaba el género.
Con todo esto, recuerdo, también, los extras del Dvd de Battlestar Galactica. Edward James Olmos cuenta que aceptó el proyecto por una especie de memoria previa a los guiones (que se suponía que no debían leer los actores, curiosamente) donde Ronald D. Moore y Glen A. Larson expecificaban unos objetivos. Tomarse en serio la ciencia ficción. James Olmos bromeó un par de veces con ellos. «Si aparece un alienígena, tendréis que escribir que me da un ataque al corazón o lo que sea, porque es lo que haré, me moriré y me iré de la serie». O algo así. Vamos, que ciencia ficción, sí, pero sin fantasía. ¿Ustedes lo entienden? Yo no.
Lo que me pregunto es cuánto necesitas mostrar y explicar para que el cine de ciencia ficción sea «aceptado» por la mayoría. Por lo que bicheo por ahí, al parecer este género, también en literatura,  tiene muchos adeptos entre los hombres de ciencia. Imagino que la razón les puede, porque mucho empezó con aquella locura que era The Time Machine (1895) de H.G. Wells. Cuando por entonces la hard science fiction no había hecho daño; cuando todavía lo que valía era si una historia era posible, y no si era científicamente comprobable.
The Box pierde cuando explica, como, lo siento, insisto, le sucedía a Lost. Por lo que leo aquí y aquí, a cierto tipo de crítico -y de espectador, por extensión- le molesta que no se suministren respuestas. No digo «explicaciones», porque he aquí matices relevantes. 
Ya vimos, con La Señora de los Laberintos, que la ciencia ficción «seria» no quiere «bajar el nivel» de los «conceptos» manejados en la ficción. El propio autor, Karl Schroeder, así lo expresa aquí, en su web:
  «I refused to dumb down this book.»
Al tiempo afirma que:
«I like to read SF that simultaneously entertains me and stretches my mind.  I want sex and philosophy, new visions of the future and lots of explosions.»
Es decir, no quiere ser un «autor» en el sentido más intelectual y no rechaza el aire a best-seller. O sea, no quiere explicarnos del todo qué es ese mundo extraño (donde uno se pierde) que imagina, pero, fijénse qué listo, sí se preocupa de «explicar» otros detalles, que así no enerven demasiado: el background de la protagonista, por un lado, y los misterios que se siembran, por otro. Y todos contentos. Abres y cierras.
Veamos; no me burlo, que conste. Es un modelo de ficción. Ahora examinemos las manías de Richard Kelly, o las de los autores de Lost. Ellos siembran misterios, pero no los resuelven. También cuidan a sus personajes (aunque a Kelly se le escapan por que no sabe dosificar escenas y metraje) pero les importa, digamos, lo ominoso. La atmósfera, a lo que, en el caso de The Box, ayuda mucho una banda sonora compuesta por tres músicos, al parecer conocidos en la escena «indie».

http://www.youtube.com/v/mvf8dX11H8s&hl=es_ES&fs=1&

Un tema de la banda sonora. Win Butler, Régine Chassagne (Arcade Fire) and Owen Pallett (Final Fantasy)

Esto se relacionaría con el Romanticismo. O con la posmodernidad, que también es pariente cercana. 

The Box abre tantas puertas que, como dicen por aquí, podrían llenar una mini-serie, pero exceden, con creces, ese límite del cine de las dos horas. Nunca sabremos del todo qué es decisión de Richard Kelly sobre lo que se conserva en el montaje. En Donnie Darko, el impuesto por la productora es la que originó la película de culto. Y, en mi opinión, una de las películas más extrañas y herederas de David Lynch. Pero no era «su» montaje, y esto es algo a tener en cuenta.
Con The Box, quién sabe. Hay escenas que parecen «faltar»: en particular, cómo se supone que llega Arthur Lewis (James Marsden) a ciertas instalaciones militares (sí se ven planos en el trailer). Y otras, que parecen «sobrar». Lo que aquellos críticos veían como una especie de «respiro», a mí me molestó tremendamente: el señor Steward expone y clarifica mucho más de lo necesario. Además, con unos diálogos bastante fáciles.
Topo con un artículo que plantea lo inesperado: ¿a lo mejor Kelly nunca fue un buen guionista? 
No sería, porque, como digo, no se responda a lo que se siembra (se siembran tantas cosas; un proyecto relacionado con Marte, una «canguro» que no se sabe de dónde sale, unos científicos que parecen seguir el plan de Steward pero sin intervenir…), sino porque, al final, no sabe a qué carta quedarse. 
(Ojo, spoilers) Si quería ser ambiguo, se pasa de enfático (cómo se resuelve el Tercer Acto tiene cosas buenas y cosas malas; demasiadas palabras en un momento tan trágico; además, ¿no hubiera sido más interesante que la dirección se hubiera centrado en Walter, y hubiéramos visto menos a los padres?). Si quería hacer una trama más convencional, se pasa de complicado (que no complejo). Y la forma en que se presenta la deformidad del personaje de Cameron Díaz… ¿por qué un alumno iba a preguntar por ella si lleva dando clases varios años? ¿No lo sabrían ya todos?
Sin embargo, también sabemos que uno no escribe lo que quiere ni rueda lo que quiere: encuentro una versión del guión  que parece otra película. Más énfasis en el libro de Jean Paul Sartre, referencias mitológicas… y nada de escenas demasiado esclarecedoras, como la que yo mencionaba. Y hasta ronda por ahí un vídeo de you tube que expone todo de diferente forma.

Una mirada diferente a la trama: ¿versión de Richard Kelly, que espera a su salida en DVD?

Pese a todo, su indecisión también está en cómo dirige: toda la primera parte apenas tiene efectos especiales, ni una estética «puramente de ciencia ficción» (como supongo que diría Carlos Losilla), pero, en cambio, da bastante grima. A ratos, parece cine de terror. Y, de pronto, parece que se arrepiente de ese camino, y aquí que viene una escena en la biblioteca, donde entra la fantasía demasiado repentina. Si la indecisión se extiende a qué tiempo y escenas dedica a los personajes y cuáles, a la trama, el desequilibrio es mayor.
(Ojo, spoilers) No vemos qué relación tiene Walter, el hijo, con los padres, apenas (sobre todo, con el padre), con lo que el drama del Segundo Punto de Giro resulta un tanto histriónico: ¿tanto quieren a su hijo? ¿Tan culpables se sienten de que sufra esa condena que inventa el señor Steward?
Por eso digo; no sé si en ciencia ficción, menos es más; menos efectos, menos estética del género, y menos explicaciones en el sentido de «respuestas». Claro que entonces esa vereda te lleva a cierta abstracción incómoda, y entra la fantasía, lo no explícito, lo irracional, y hasta lo filosófico o espiritual.
Es, qué divertido, el camino por el que llevaron Ronald D. Moore y Glen A. Larson a Battlestar Galactica, con lo que supongo que «engañaron» a Edward James Olmos, a fin de cuentas. 

Recuerdo la frase de Steward en esa escena sobredialogada, «I like mysterious». Debió quedarse ahí, el diálogo. «So we do, Mr. Steward; so we do».

http://www.youtube.com/v/_z1eqXAhaDc&hl=es_ES&fs=1&

Y otro montaje interesante. Yo casi lo anticipo: Kelly sacará «su» versión en cuanto pueda.

CINE: IMÁGENES


A raíz de un comentario que he leído aquí, he estado pensando en qué recuerdo de las películas que he estado viendo, no sé, los últimos diez o veinte años. ¿Qué se queda en la memoria? Las imágenes sí que valen más que mil palabras, aunque depende de la imagen y depende de las palabras.
Voy a hacer un repaso personal a imágenes que aún se conservan en mi cabeza. No será exhaustivo, advierto.
– Mr. Glass, de niño, escuchando cómo su madre le dice que debe salir al mundo exterior, mientras su figura aparece reflejada dentro del televisor, en El Protegido (Unbreakable, M. Night Shyamalan, 2000).

– El teléfono que suena y asusta a todos, incluido el espectador, en El Cabo del Miedo (The Cape of Fear, Martin Scorsese, 1991) Además de su buen montaje, nos cuenta que algo va mal con esta familia.
– El conejo de Donnie Darko (Richard Kelly, 2001). Donnie Darko golpeando una especie de ventana indivisible.
– Los músicos de Underground (Emir Kusturica, 1995), por todas partes, incluso debajo de agua.
– Los pasillos de la casa de Fred Madison (Bill Pullman) en Carretera Perdida (Lost Highway, 1997) que, junto a un saxo en la banda sonora, me parecen el lugar más terrorífico que se ha rodado en mucho tiempo.
– El director de televisión de El Show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998) acariciando el rostro de Truman en una pantalla. O ese cielo inmaculado que se descubre como decorado.
– La cadena de pequeñas escenas del final de Requiem for a Dream (Darren Aronosky, 2000). Junto a la música de Clint Mansell, un camino hacia la locura, y la desesperación. Y sin apenas palabras.
– La escena del baile hacia el final de Delitos y Faltas (Crimes and Misdemeanors, Woody Allen, 1989) Una imagen puede transmitirlo todo.
– El coronel Gordon Tall (Nick Nolte), tras la batalla, en La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998, Terrence Malick). También un rostro, y un buen actor, puede decirlo todo.
– Clint Eastwood, como El jinete pálido (Pale Rider, 1985), alejándose por el horizonte, mientras la chica le grita que regrese.
– La cámara que gira y gira alrededor de Carlitos Brigante, y los mafiosos que lo quieren muerto, aunque, como siempre hacen los mafiosos, disimulan, hablando de otra cosa. A veces, las «virguerías» con la cámara son justificadas. Y hermosas. En Carlito´s Way (Brian de Palma, 1993).
– Francesca Johnson (Meryl Streep) mirándose, desnuda, frente al espejo, en Los puentes de Madison County (Clint Eastwood, Bridges of Madison County, 1995). O la figura de Robert Kincaid (Eastwood) en medio de la lluvia, esperando que Francesca baje del coche.
– El funeral del padre del protagonista en Big Fish (Tim Burton, 2003)
– El fondo decorado del hotel donde habita Jeffrey Wigand (Russell Crowe) mientras su vida se derrumba, en El dilema (The insider, Michael Mann, 1999), y que pasa a convertirse en un túnel hacia lo que ha perdido. ¿Menos complicado? Lowell Bergman (Al Pacino), metido hasta las rodillas en el mar, transmitiendo hasta qué punto estaba metido en la conversación con Wigand.
– El niño que observa su propia muerte, en Doce Monos (Twelve Monkeys, Terry Gilliam, 1995).
– La memoria «andante» que se borra en Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michel Gondry, 2004)
– El canto a varias voces de los diversos y raros personajes de Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999)
– El barco fantasmal, con esos rojos infernales, de Sospechosos habituales (The Usual Suspects, Bryan Signer, 1995)
– Rick Santoro mirando un billete de dólar, manchado de sangre, en el suelo, mientras se dice y le dice a quien trata de involuclarlo: «Nunca he matado a nadie», en Snake Eyes (Brian de palma, 1998)
– El plano cerrándose sobre Mr. White (Harvey Kietel), mientras en voice over continúan las disquisiciones de los demás miembros de la banda, causando más angustia., en Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992)