¿EL GÉNERO FANTÁSTICO CABE EN TELEVISIÓN? (II) ONCE UPON A TIME, GRIMM


Decíamos que Grimm no tiene aspecto de serie ambiciosa, y que su propio esquema de procedimental (o procedural, según otra terminología) tal vez limitara posibles evoluciones. Sin embargo, en cuanto a lo que el género fantástico se refiere, el concepto de origen aporta ciertas ventajas. El piloto probaba que, de forma intencionada o no, en aquél ya hay dónde escarbar hacia lo incómodo.
Porque los cuentos de hadas, o, mejor digamos, los cuentos fantásticos −los que recopilaran los Hermanos Grimm, u otros − contenían esa transformación fantástica que se hace de lo cruel, violento y hasta tabú de la realidad, para que fueran al final lecciones morales; avisos. Enseñanzas.
En el momento en que se trae de vuelta al monstruo, al lobo feroz, al día a día de hoy, el fondo queda o puede que hasta se amplifique.
Es lo que sucede con el piloto de Grimm: los planos donde vemos cómo observa “el lobo feroz” a la niña secuestrada son de lo más turbadores. Porque la encierra en una habitación «especial» para niños. Porque sabemos que quiere comérsela. Pero también porque “comerse a los niños” en su día, en aquellos cuentos fantásticos, era una forma de hablar de otras cosas igual de incómodas. Unos minutos antes, veíamos que “el lobo feroz bueno”, ese que será el peculiar ayudante del Protagonista el resto de la serie, mostraba su rostro de monstruo cuando pasaban unas jóvenes a su lado.

Grimm no es probable que explore nada de esto. El propio segundo capítulo ya ha confirmado que ha habido ciertas prisas con su rodaje, lo que se percibe en unos efectos especiales muy deficientes, y hasta en algún detalle de guión. Parece que los guionistas han suprimido parte de la violencia. Aunque se da, ésta resulta que se aplica de un «monstruo bueno» contra los «malos», así como del personaje de Marie Kessler contra su atacante (una escena chocante, pese a todo). Los osos de este segundo capítulo no acaban de dañar a nadie. Pareciera como si el Protagonista llevara camino de ser un trasunto de Audrey Parker, que, en Haven, acaba por integrar en la sociedad a los «diferentes». Un discurso muy políticamente correcto, pero que expulsa muy mucho cualquier elemento de conflicto tenebroso.
Mientras tanto, Once Upon a Time aspira a mejores resultados, y supone o pretende un sello de calidad como es el que pueden darle dos de los guionistas principales de Lost: Adam Horowitz y Edward Kitsis. Su piloto demostraba un hecho llamativo. Era más sencillo entrar en su premisa que en la de Grimm. ¿Por qué, si pertenecía de igual forma al género fantástico? Tal vez porque Grimm supone que el contexto del personaje al que se le informa de la penetración maligna de ese lado monstruoso y oculto (esa otra realidad) es el real. Y tal vez porque, como nos pasaba con Mirrormask, esperamos que el Protagonista se asombre, se muestre más incrédulo; tarde más en aceptarlo. Tal vez, porque que ese mundo real del protagonista se parece al nuestro, y no estamos dispuestos a aceptar la invasión de los monstruos.
Con Once Upon a Time no existe ese problema. ¿Por qué? Quizás porque ambos mundos están separados. Un tanto al modo de mucha parte de Lost, parece que veremos el presente, y, en flash-backs, mayor información sobre ese pasado (sucedido en esa tierra de los cuentos). Por el momento, no hay choques. Por el momento, la magia (aquí, malvada, en su mayor parte) no actúa en el mundo del niño Henry Mills y su madre biológica, Emma Swan (Jennifer Morrison). Las acciones de la «bruja malvada» parece limitadas (no sabemos aún si por decisión propia o por culpa del hechizo) a ardides «normales». Además, es interesante que Emma le siga el juego a Henry no porque crea en su fantasía, sino por no dañarlo, y sacarlo a la fuerza hacia una realidad que, en esto coincide con él, incluye una madre cuando menos cuestionable.

Los flash-backs van a ir, se intuye, por un camino atractivo, pero no relacionado de modo estricto con el género fantástico. Se trataría de contar eso que no nos llegó (supuestamente) de aquellos cuentos de hadas: de darnos acceso a las elipsis. A lo que quedaba entre líneas, ya que, al fin y al cabo, los cuentos (ya lo vimos aquí) como los de los Hermanos Grimm son cortos y poco profundos: sin espacio ni tiempo para personajes; sólo para «tipos». Once Upon a Time nos ha mostrado de momento el dolor de la propia bruja malvada cuando fracasa (es decir, una continuación del cuento; un «qué le pasó»), o cómo Blancanieves sobrevive en el bosque antes de los enanitos. En el tercer capítulo ya se apunta, con un cambio de roles, que habrá un poco de reinterpretación posmodernista, y las princesas y otras mujeres tendrán una postura más activa.

Pero ambos universos no se encuentran; el pasado y el presente están bien separados. Por el momento, lo más cercano a lo inquietante ha sido conocer al señor Gold (Rumpelstiltskin, en el mundo de los cuentos), porque (y no sabemos si esto es una contradicción, o una posible vía para conflictos potentes) tiene más poder que la propia bruja malvada. Y, claro, porque Robert Carlyle es un actor estupendo (como ya probara en Stargate Universe).

Una manzana es un símbolo estupendo que apoya lo que sucede en esta escena. La toma del árbol de la bruja malvada, sin pedir permiso, la muerde, y luego la tira. ¿Quién es, pues, el verdadero rey del nuevo reino?

Mientras ambas series continúan sus andaduras, habrá que continuar atentos. Porque parece que el género fantástico, si incluye lo que tiene de aterrador y descubridor de otras realidades, parece que tiene menos espacio del deseado en televisión.

¿EL GÉNERO FANTÁSTICO CABE EN TELEVISIÓN? (I) GAME OF THRONES, GRIMM, ONCE UPON A TIME


A raíz de este post de Miss McGuffin, y del propio visionado de dos series de reciente estreno (Grimm y Once Upon A Time), le he venido dando vueltas a esta idea. En principio, la clasificación por géneros sería muy aleatoria, y tampoco tiene por qué afectar a nuestro juicio sobre la calidad. Sin embargo, indagando, cabe preguntarse cuánto de fantástico tiene lugar en la ficción televisiva, y el que hay cumple de veras con todo el potencial de este género.
De esta entrevista con el crítico Tomás Fernández Valentí, extraigo una definición del género fantástico algo desafiante.

“En principio no debe someterse a las reglas empíricas de la realidad […] De este modo, el fantástico tiene la capacidad de explorar lo que no se ve, lo invisible, lo intuido; es como una proyección de la psique humana más allá de los límites de lo orgánico. El cine fantástico remueve “algo” en nuestro interior que no remueven otros géneros más, digamos, a ras de suelo, y que cuesta de definir.”
Digamos, pues, que en este sentido, sería un fantástico que se codea con el terror, en cuanto a que sacude un tanto al espectador y le enfrenta a rupturas con su “realidad”. En ese caso, habríamos de asumir, que el fantástico que no actuara de este modo caería del lado de esa parte del género menos interesante. De ese más plano y vulgar, del que habla este mismo crítico en esta otra entrevista.
Sin caer en extremos, algo de ello hay. Veamos. Si un film o una serie de género fantástico nos sitúa en un universo diferente de primeras, la ruptura es improbable. La única posible excepción es que dicho mundo posea unas reglas tan diferentes a las nuestras que fuercen al espectador a una revaluación continúa de qué es “normal” en él, y lo diferente que es dicha “normalidad” de su propio universo; el nuestro, el “real”. Estas apuestas son arriesgadas, e implican que el mundo retratado nos responda a unas lógicas comunes. Es lo que sucede, con un ejemplo audiovisual, en esos momentos extraños de parte del cine de David Lynch. Que dentro de tu propio apartamento lujoso exista un pasillo oscuro de la forma que él lo rueda en Carretera Perdida (Lost Higway) aporta inquietud; que un personaje pueda ser dos personajes rompe la lógica. 
No vamos a encontrar eso en el género fantástico al que el audiovisual está más acostumbrado. Ni siquiera en cine, donde El Señor de los Anillos sería el caso más significativo. Pero la trilogía de Peter Jackson reproduce un tiempo y un espacio habitado por la magia, donde, una vez aceptado este detalle, el espectador puede sentarse plácidamente a seguir las aventuras del Bien contra el Mal. Esto no es una crítica negativa al conjunto (y estos films tienen mucho reivindicable, justo en esa recuperación de la mítica), sino una constatación de que es un tipo de fantasía más acomodaticia.
A Games of Thrones le sucede algo similar. Pese a una primera escena −tramposa por esto mismo− donde parece que la Trama trata de magia (y terror), el resto de la serie navega por un mundo feudal con peculiaridades diferentes de la realidad, pero donde el camino tomado es ese barbarismo también perteneciente al género de fantasía heroica, y del que habla Guzman Urrero aquí. Y donde el elemento mágico aparece aquí y allá, sin (al menos en su primera temporada) alcanzar categoría relevante.

Un principio estupendo… que capítulo tras capítulo va desvelándose como un enganche algo tramposo.
El Señor de los Anillos contiene y pretende ese potencial mítico de las sagas artúricas, e incluye (aunque no hasta sus última consecuencias) también el aspecto “bárbaro”. Game of Thrones incide mucho más en esto segundo. A ratos, uno se pregunta si HBO pretende que la violencia, los desnudos y el sexo implican de modo automático que esta ficción es «más adulta». Al tiempo, El Señor de los Anillos utiliza (al menos en la versión de Peter Jackson) ese otro derrotero que describe Urrero; el del énfasis en “lo maravilloso”.
“La historia interminable (1984), de Wolfgang Petersen; Legend (1985), de Ridley Scott; Lady Halcón (1985), de Richard Donner; y Cristal Oscuro (1983), de Jim Henson y Frank Oz, insisten en la dimensión maravillosa y fascinadora de este tipo de relatos.”
Visto así, parece que los grandes intentos del audiovisual hacia el fantástico podrían dividirse en estas posibilidades, que pueden mezclarse. Relatos míticos; relatos violentos y más “realistas”; relatos puramente “maravillosos”. Y, sin duda, hay que celebrar que cadenas como HBO propongan acercamientos diferentes (aunque su diferencia se limite a esa violencia más cruda).
¿Y qué sucede con Once upon a Time y Grimm?
Grimm es un procedimental (o procedural, según otra terminología) que aparenta pocas ambiciones, y una única base en el “high concept”. Sin embargo, tiene lugar en el mundo real. Y el punto de partida contiene mucho de ese fantástico que cuestiona un tanto la realidad. Eso que tal vez defina el género, como afirmaba Valentí. De hecho, la revisión, la visión de dicha realidad, ahora con otros ojos, es una metáfora hecha realidad en el protagonista. A Nick Burdhardt le sobreviene la herencia de poder ver a los monstruos.
Ciertamente, como decía Miss McGuffin, el actor protagonista no parece el más adecuado. Y el hecho de que se emita en una cadena en abierto impide que la serie se arriesgue por derroteros incómodos. Con todo, hay más de lo que se esperaba, a la vez que Once Upon A Time, con más ambición, y en verdad más interesante en su conjunto, tiene más de un problema para conciliar (o enfrentar) esos dos mundos; el de la fantasía y el de la realidad. 
Todo esto lo veremos en un próximo post. Pero mientras, vayan opinando.